domingo, 2 de diciembre de 2007

El Torrente de las tartas de queso.

Meses atrás me encontraba con Fou en el vestíbulo de unos conocidos multicines del sur de Madrid. Casí todas las semanas vamos por allí y siempre terminamos viendo alguna película. En ocasiones viendo buenas películas, en otras viendo películas menores, y en algunas ocasines especiales intentando hacer que el taquillero se comiera la entrada que dos horas atrás nos vendió.

Algo parecido pasa con las tartas de queso. Tenemos una curiosa afición y es degustar las distintas tartas de queso que tenemos la oportunidad de probar a lo largo de nuestras miserables vidas.

No todo el mundo esta preparado para distinguir entre las distintas texturas y sabores de un pastel de tales características. Como en un buen vino o en un buen queso manchego las posibilidades son infinitas. A lo largo de nuestra curiosa afición nos hemos encontrado con tartas más cremosas, menos cremosas, más fuertes o menos fuertes, con un sabor a queso más presente o apenas inexistente... Las posibilidades son infinitas al igual que nuestro apetito, pero el nivel de estos pasteles siempre se había mantenido en un nivel medio-alto. Hasta ese momento.

Nuestros jugos bucales resbalaban por los expositores de la cafeteria del cine y Fou tenía hambre y dinero, una combinación bastante poderosa en según que circustancias. La tentación fue demasiado poderosa, una de las porciones de esas tartas tenía que ser suya. Había varias clases de tartas, de queso, de manzana y otra cuyo gusto no logro recordar. Obviamente la tarta a elegir (no sin antes valorar los pros y los contras de decidirse por una tarta u otra) fue la de queso. Una típica camarera borde atendió el requerimiento de Fou, y con chispas en los ojos nos sentamos a una mesa. Un plato, un tenedor y la tarta, esa tarta cuya ridícula porción se vende a unos 2,50 Euros. Fou echo un ultimo vistazo a esa porción completa para seguidamente bajar el tenedor y partir un trocito de tarta. Lo partió, lo pinchó, se lo llevo a la boca y una serie de datos inverosimiles llegaron a su cerebro una vez testado el alimento a ingerir. Su cara era confusa, siguió llevándose trozos de tarta a la boca confirmando una certeza, pero seguía y seguía. Esperaba que el trozo siguiente fuese mejor que el anterior, era su tarta y había pagado por ella. Poco a poco surgieron de su boca comentarios acerca de que la calidad de la tarta no era todo lo buena que el deseaba. Insistía en darmela a probar, pero yo como siempre negaba atendiento a mi perpetuo sentimiento de culpabilidad. Pero llegó un punto en que ya había comido bastante tarta para emitir el veredicto y seguidamente dejarla a un lado. No estaba dispuesto a seguir con tal infamia comestible y entonces es cuando yo me plantee que de ahí podía salir un blog bastante interesante. Cogí el tenedor, miré el plato con esa masa indefinida encima y me lo lleve un trozo a la boca.

Una tarta de queso se define por varias cosas. Algunas son más cremosas, otras menos cremosas. Unas tienen una textura porosa, más o menos uniforme que una vez en la boca se convierten en crema... Otras tartas tienen otra textura, más parecida a la de un flan pero quizá un poco más firme. En este caso el servicio de repostería de la empresa de multicines había optado por experimentar con otra textura y era parecida a la de un bizcocho, solo que en este caso por mucho que masticases siempre iba a quedar algún tipo de migaja de esa tarta de queso. La textura era bastante novedosa, bastante atrevida podríamos decir, pero poco apropiada para los propósitos de esos "frikis" que acuden a comprobar como cocinan allí la tarta de queso. Era una textura un tanto rugosa, un tanto pasada quizá, pero una textura de miga, de tarta de bizcocho un poco menos manejable en la cavidad bucal de lo que viene siendo habitual. Una masa que costaba tragar debido a que aparentemente estaba seca, sintoma evidente de que posiblemente hubiese sido deshidratada buscando nuevas experiencias tal y como viene haciendo la cocina experimental.

La capa de la frambuesa puede ser más o menos dulce, quizá un pelín picante al paladar (contando también con como tengas el paladar y lo que hayas comido antes) y en la consecución de esta tarta normalmente se opta por servirla en forma de mermelada, cubriendo la parte superior de esta pieza. Aquí se opto por una especie de ¿costra de frambuesa? Ví que quien hizó esa tarta apostó por otra novedad con respecto a la formula tradicional y fue el poner una capa magenta solida encima de lo que era la capa que debía tener el sabor más o menos conseguido a queso. Al tacto su textura era semejante a la de la cera derretida, aunque en este caso estaba extendida uniformemente a lo largo de toda la porción. En la boca esta apuesta por lo novedoso se convertía en algo extraño, una especie de añadido que daban un toque "semidulce" a la mezcla pero no contribuía a suavizar las texturas de las otras capas, al contrario, se creaba una especie de pasta en la boca que contribuian a que toda la mezcla fuese saboreada unos segundos más de lo que normalmente era necesario. Para ayudar a que bajarse no hubiese sido mala idea el haber contado con un vaso de agua.

Todas estas texturas encerraban una pequeña explosión de sabores, unos sabores algo arriesgados si tenemos en cuenta que cinco minutos atrás pedimos una tarta de queso. Mi paladar no estaba del todo habituado a los mismos y recibí con sorpresas los primeros datos que me enviaban a toda prisa mis papilas gustativas. Podriamos catalogar ese sabor como "añejo" con un sabor supuestamente a queso más fuerte del deseable, un sabor bastante fuerte al paladar que apenas era simulado parcialmente por la carga dulce de este producto. Puede que fuese una tarta con un toque o recuerdo a "queso de Cabrales" del que Fou no fue consciente una vez adquirió esta porción. Puede que en cierta medida ese sabor también estuviese un poco minimizado por otro sabor más presente todavía en este dulce y que no era otro que el de huevos de gallina "curados" en el desierto de Almería dando al producto una especie de toque exótico bastante de agradecer ante la falta de elaboración de las recetas de hoy en día.

Poco a poco el plato fue quedando vacio. Quería ser plenamente consciente de las sensaciones encontradas que me producía la pieza, saborearlo poco a poco con la esperanza de llegar a una especie de estado nuevo de mi "yo" interior que me hiciese analizar de una forma práctica el que había hecho con mi vida hasta aquel momento.

Finalmente llegué al punto de la corteza exterior, bastante dura y al mismo tiempo pastosa para mi gusto. Al parecer la cocción no había sido todo lo adecuada que habría esperado una vez preparado para introducir ese dulce en mi conducto digestivo.

La experiencia finalmente quedo ahí, en ese plato olvidado encima de una mesa. Un plato parcialmente manchado de migas de distintas tonalidades según la parte que integraban anteriormente en el todo, una serie de toques de una matería magenta de los que no tengo mucho más que decir y un tenedor encima a la espera de ser recogido junto al plato.

Fue una experiencia más que para nada resulto del todo tóxica para mi organismo. Comprobé que no lo había visto todo en lo referente a las tartas de queso y que todavía me quedaba mucho por ver y saborear. Y aquí estoy emitiendo este veredicto acerca de la repostería en ese local, al cual sintiéndolo mucho no le creo merecedor de ninguna estrella Michelin. Os recomiendo venir comidos de casa o directamente no dejarse llevar por unos impulsos digestivos que vistos desde el tiempo he descubierto como suicidas. No merece la pena quitarse la vida con una tarta de manzana. Hay formás bastante más románticas y rapidas de dejar patente tu descontento con el mundo.